Esta semana, el apunte del excelente comunicador que es Xerardo Rodríguez, va de trenes. No es para menos; dejamos atrás, en días pasados, efemérides gallegas del mundo del ferrocarril, pero también novedades que merecen que el gran maestro que es Xerardo haya empleado parte de su tiempo en escribir, mitad nostalgia, mitad pensamientos de presente y futuro, sobre los trenes de ayer, de hoy y... de mañana. Lo hizo en su estupenda revista gallega de actualidad, www.galiciaunica.es, que siempre recomendamos visitar porque hacerlo resulta siempre harto gratificante.

Esta mañana de sol espléndido, preludio de los 30 grados que nos esperan, el río aquel me devolvió los recuerdos de mis escapadas en tren, cuando aún era un adolescente.

En tren íbamos los de la pandilla a bailar a la Sala Reque de O Carballiño, porque todos nos habíamos enamorado de La Vikinga, rubia como el oro y trencitas de niña buena, ojos claros de gata mimosa y un cuerpecito gentil de los que pintaban en los cuentos. Amores de antes, amoriños primeiros, de esos que nadie olvida.

El segundo trayecto de mis fines de semana en tren era el que, pola beira do Miño, conducía al Vigo del Celta de mis desamores, porque cada vez que perdía me decía a la salida del estadio…

—- ¡Seré imbécil! ¡Tres horas para venir y otras para volver y ni siquiera empatan!

Pero a la vuelta disfrutaba del paisaje del Miño, cuando el viejo tren iba por la orilla del río camino de la Estación Ourense-Empalme.

Los pueblos de las ribeiras se escondían a su paso pero el tren aquel se miraba en el agua y hacía patente el poder de hierro de su locomotora… echando humo y entonando aquel trepidante cha-ca-chá, la gran sinfonía.

Cuando llegaba por fin a la gran estación aún tenía tiempo de tomarme algo en la cantina acompañando a unos pocos que bebían la pócima del desamor de cada domingo noche. Allí, en aquella barra de granito rosaporriño, conocí algunos secretos poco contados del ferrocarril de Galicia.

Hoy martes, día 8, los amantes compostelanos del ferrocarril conmemoran la llegada a la estación de Santiago del primer tren procedente de Ourense. Fue en 1958, hace 62 años. Yo tenía 15. En realidad lo que se inauguraba era que los santiagueses ya podían ir directamente a Madrid en el TAF, el automotor de la Fiat. Ese día se puso en uso el puente del Ulla en Gundián, que acortaba la distancia en 231 kilómetros, pero aún así había que echarle valor para viajar a la capital del reino: ese tren tan “novedoso” tardaba once horas en cubrir el trayecto.

Pero el ferrocarril compostelano tiene otra historia que acredita una antigüedad mayor.

Cuando el tren ya pitaba largo en otros lugares de la Iberia, soltando aún nubes de vapor, Rosalía de Castro rendía homenaje al mundo de la Galleguidad exterior, escribiendo “La Hija del Mar”. Rosalía fue la primera en relatar la generosidad de la Galicia emigrante cuando, ya en 1859, cuenta que los gallegos de Cuba enviaron 3 millones de reales de la época, para la construcción de la línea férrea gallega.

Veinte años más tarde, el tren “Compostelano” llevaba gentes y mercancías entre las estaciones de Cornes y de Carril, entre Santiago y Vilagarcía de Arousa. Desde entonces, pasa el tren por esta vía férrea, la primera que se construyó en Galicia. Y el trayecto sigue inalterado, es el del Ulla manso hasta que llega a la Ría y se pierde entre la belleza de sus atardeceres.

Anuncian ahora los prebostes la próxima inauguración de otro tramo del tren que algunos llaman AVE pero que en Galicia se queda en ALVIA. Otra vez acortan las distancias con Madrid, a falta aún del tramo final, pero los gallegos -conocida es nuestra sobrada paciencia- llevamos esperando desde 1992 por ese ave que ni vuela.

Debo advertiros que hasta ahora, Galicia estuvo unida al resto de España y de Europa por una línea tortuosa, absurda e irracional. Así que nos vendría bien un poco de indignación.

Porque el ferrocarril nos acercará a Madrid, pero no hay posibilidad de ir desde Compostela a Fisterra ni trenes de cercanías que vertebren la comunicación de las ciudades con su periferia. Ni siquiera podemos presumir de una línea adecuada con Portugal, con más interés comercial y afectivo para nosotros que ese Madrid que solo se acuerda de Galicia cuando hay mariscada de por medio.

Aquel túnel ideado por el gran novelista Kellerman, que había de unir América con Europa, terminaba en Galicia; pero la imaginación del escritor no llegó a concebir, no pudo vislumbrar, la desidia del Estado español para con las infraestructuras ferroviarias de esta esquinita atlántica.

Para el Estado debería resultar vergonzosa la situación ferroviaria de Galicia, que sólo cuenta con un kilómetro de ferrocarril por cada tres mil y pico habitantes.

—- ¡El tren del futuro volará!, -nos dijeron…

Pero para ir a Noia desde Santiago o vas en tu coche o en el de un amigo. Y eso que Los Tamara ya cantaron que era la playa de Compostela.


XERARDO RODRÍGUEZ